CUENTO : EL VIAJE

EL  VIAJE

En lo profundo, el bus olía a sudor de bestia, a tabaco, a vómito; la  tapicería de estos buses viejos hiede sin compasión. Yo había  escogido viajar tarde. Pedí el asiento de la ventana. Los puestos de adelante me parecen peligros, por eso me decidí por el número veintitrés. Estar en el medio  me tranquilizaba un poco. Aunque aquél parecía ser  una noche más bien normal. Era  miércoles. El aire aparecía triste  y escurridizo, y todo lo demás era cotidiano, como si las horas no pesaran. Compré una barra de chocolate. La señora de la confitería me conoce. También compré agua mineral y una bolsa plástica para los efectos del mareo. Algunas veces me ha dado, no sólo yo sé lo que se sufre con esto. 

Los viajes de noche son chéveres; me recuerdan la casa de la abuela. El  humo de algún cigarrillo empezaba a  enrarecer  el aire. Yo me acomodé  en mi puesto para evitarlo. Abrí la barra de chocolate e intenté escuchar algo de música en  mi MP3, hasta que  advertí que el ayudante ingresó al pasillo con un cd en la mano. Se trepó como un orangután  al lado de un mueble. Encendió  el televisor y el reproductor de video. Esperó hasta que algo así como un grito de mujer se escuchara por los parlantes… Y se marchó enseguida. Por la música de introducción, presumí que era  una película china. Así fue. Nada menos que Jackie Chan. Fue como un somnífero para muchos de los pasajeros. En un  lapso de veinte minutos   algunos se quedaron dormidos. Yo, de todas maneras, la vi. 
El bus tomaba más velocidad. El tránsito se mostraba liviano. Era una noche con cielo despejado, y  a lo lejos podía verse la cima de la sierra nevada de Santa Marta; el mar rumoraba por el otro costado de la noche. El  recorrido se insinuaba normal.  Iba lleno de gente del común. Por ejemplo, recuerdo muy bien  que  a mi lado iba una religiosa; franciscana capuchina, me dijo que era. Llevaba una Biblia en las manos. Me miraba  de reojo. No sé por qué me preguntó la edad. Dieciséis  años le afirmé en tono de confianza, para no crearle sospechas.  Llevaba un hábito marrón con cíngulo y un escapulario. Pude verle un rostro limpio, de facciones gruesas, a pesar de lo irregular de la luz que emitía el televisor. Debía ser joven, pero unos anteojos enormes y una voz, tan poderosa como la un militar, la hacían ver mayor. Un lunar en la barbilla destacaba en el conjunto de su faz.

Las patadas y los gritos de la película  eran vehementes en lo más profundo de mis oídos. La monja no se inmutaba ante esto. La hermana Eugenia del Sagrario aseveró llamarse. El ruido del motor se hacía más esforzado y más ronco. Estaba  oscuro, desde la ventana lograba ver el mar y los acantilados. La luna habría menguado ya.  Muy pronto llegaríamos a Arianna; según mi abuela, una ciudad voluble, escondida en el caribe, detrás de todas las montañas.
La carretera se hacía angosta entre la montaña y el océano. El ayudante del bus  anduvo por la parte trasera, acomodó unas cajas de contrabando y regresó luego hacia la puertecita que dividía a la cabina del chofer con los pasajeros. Cerró. Apagó las luces. Todo se volvió oscuridad de nuevo. Me dieron ganas de ir a orinar. El maletín, que era el único equipaje que llevaba, con todo y los kilos que pesaba, lo dejé al cuidado de la hermana Eugenia del Sagrario. Nada me impulsaba a desconfiar de una religiosa. Había afirmado que trabajaba como coordinadora académica en un colegio público.  Ella se lo echó en las piernas. Casi a tientas di con la puerta del baño. En el recorrido eche una ojeada a los pasajeros. No vi rostros, pero ninguno me generó sospecha.

En el baño, me dio una especie de vértigo. Escuché el ruido afanoso del motor, me parecía que trataba de ahogarse. Aceleraba y desaceleraba de manera brusca. Pero sólo al salir pude percatarme de que se había detenido. No había nadie en las sillas. Veía   luces azules y rojas. Llegué hasta mi puesto y la religiosa tampoco estaba. Me había dejado el bolso en su silla. Bajé y encontré que además del ayudante todos estaban mal humorados. “Es un retén de la policía”, me dijo otro pasajero. Yo no me lo esperaba.

Un agente se trepó al bus y abrió la puertecita; verificó que todos estuviéramos en tierra. “Un agente  alumbraba con una linterna enorme mientras mostrábamos los equipajes. Tomé el bolso con mucho miedo. Mi bolso había perdido su peso original. Miré al agente temblando. “Habrá su bolso”, me dijo un agente de bigote. Por el temple de su voz me parecía como de mayor rango. Eso me puso a temblar mucho más. Quedé mudo. Abrí el bolso y sus ojos y los míos  encontraron  una Biblia, una toga blanca, un catecismo desvencijado, y un par de sandalias. Había desaparecido lo que yo llevaba allí. También la monja, cuyo ropaje estaba ahora en mi maletín. Le pregunté al ayudante del bus si la religiosa que iba a mi  lado se había bajado en algún sitio. Me miró con desprecio y un tanto de asombro.
¿Cuál monja?- fue lo que escuché por respuesta, de boca del policía de bigotes.
En ese instante reparé en un agente de civil. Supuse que era policía, puesto que estaba armado y daba órdenes.  Tenía el  rostro limpio, de facciones gruesas. Sus cejas y pestañas  eran enormes. Sus ojos eran verdes oliva. Un lunar en la barbilla le resaltaba en el conjunto.
La hermana se parece a éste –logré decirle al agente.
Ése es mi Coronel, comandante de la Inteligencia de Antinarcóticos.
La hermana se parece a él  alcancé a repetir mientras abordaba el bus, ya en marcha.




BIOGRAFIA:

LIMEDIS CASTILLO MENDOZA


Poeta y narrador colombiano. Normalista Superior con Énfasis en Lengua Castellana. Trabajador social. Especialista en Informática Educativa. Se desempeña como docente de la Institución Educativa I.P.C. de Riohacha. Tallerista y promotor de lectura de la Biblioteca Pública Hermana Josefina Zúñiga, del Taller Literario Palabras al Viento Nordeste y coordinador del club de lectura Woumainpa del  área cultural del banco de la República. Premio Estímulo a la creación literaria en cuento, Fondo Mixto de Cultura de La Guajira. 2007, con el texto: “Siete formas del otro” y Premio departamental de Ensayo con: LA POESÍA GUAJIRA, UN CANTO PATRIÓTICO, BREVE INSTANTE POÉTICO EN EL CONTEXTO DE LA GUAJIRA DEL SIGLO XIX Y XX.

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